Sherwood Anderson (1876–1941)
Death -- [Muerte]
Edición bilingüe, inglés-español, de Miguel Garci-Gomez
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Death

Muerte

THE STAIRWAY leading up to Doctor Reefy’s office, in the Heffner Block above the Paris Dry Goods store, was but dimly lighted. At the head of the stairway hung a lamp with a dirty chimney that was fastened by a bracket to the wall. The lamp had a tin reflector, brown with rust and covered with dust. The people who went up the stairway followed with their feet the feet of many who had gone before. The soft boards of the stairs had yielded under the pressure of feet and deep hollows marked the way. LA escalera que conducía a la consulta del doctor Reefy, en el edificio Heffner, encima del almacén de la Compañía Parisina de Productos Textiles, apenas estaba iluminada. En lo alto de la escalera, colgado de un clavo de la pared, había un quinqué con el tubo ennegrecido. El quinqué tenía una pantalla de hojalata cubierta de óxido y polvo. Quienes subían por aquellas escaleras se limitaban a seguir los pasos de otros muchos que les habían precedido. Los blandos tablones de las escaleras habían cedido bajo la presión de los pies y unos huecos profundos mostraban el camino.
 At the top of the stairway a turn to the right brought you to the doctor’s door. To the left was a dark hallway filled with rubbish. Old chairs, carpenter’s horses, step ladders and empty boxes lay in the darkness waiting for shins to be barked. The pile of rubbish belonged to the Paris Dry Goods Company. When a counter or a row of shelves in the store became useless, clerks carried it up the stairway and threw it on the pile. Al llegar arriba, un giro a mano derecha conducía a la consulta del médico. A la izquierda había un oscuro pasillo lleno de basura. Sillas viejas, caballetes de carpintero, escaleras de mano y cajas vacías esperaban en la oscuridad una oportunidad para pelarle a alguien las espinillas. La pila de basura pertenecía a la Compañía Parisina de Productos Textiles. Cada vez que un mostrador o una cajonera del almacén dejaban de ser útiles, los empleados los subían a aquel pasillo y los echaban al montón.
 Doctor Reefy’s office was as large as a barn. A stove with a round paunch sat in the middle of the room. Around its base was piled sawdust, held in place by heavy planks nailed to the floor. By the door stood a huge table that had once been a part of the furniture of Herrick’s Clothing Store and that had been used for displaying custom-made clothes. It was covered with books, bottles, and surgical instruments. Near the edge of the table lay three or four apples left by John Spaniard, a tree nurseryman who was Doctor Reefy’s friend, and who had slipped the apples out of his pocket as he came in at the door. La consulta del doctor Reefy era tan grande como un granero. El centro de la sala lo ocupaba una oronda estufa. En torno a la base había una pila de serrín, rodeada de gruesos tablones clavados al suelo. Al lado de la puerta había una mesa enorme que en otra época había formado parte del mobiliario de la tienda de ropa de Herrick y había servido para mostrar las prendas confeccionadas a medida. Estaba cubierta de libros, botellas e instrumental quirúrgico. Cerca del borde de la mesa había tres o cuatro manzanas dejadas allí por John Spaniard, el dueño del vivero de árboles, que era un gran amigo del doctor Reefy y se las había sacado del bolsillo al entrar por la puerta.
 At middle age Doctor Reefy was tall and awkward. The grey beard he later wore had not yet appeared, but on the upper lip grew a brown mustache. He was not a graceful man, as when he grew older, and was much occupied with the problem of disposing of his hands and feet. En esa época, entrado ya en la edad mediana, el doctor Reefy era un hombre alto y desgarbado. Todavía no se había dejado la barba gris que llevaría más tarde, sino que lucía un bigote castaño. No era un hombre elegante, como cuando envejeció, y daba la impresión de no saber qué hacer con las manos y los pies.
 On summer afternoons, when she had been married many years and when her son George was a boy of twelve or fourteen, Elizabeth Willard sometimes went up the worn steps to Doctor Reefy’s office. Already the woman’s naturally tall figure had begun to droop and to drag itself listlessly about. Ostensibly she went to see the doctor because of her health, but on the half dozen occasions when she had been to see him the outcome of the visits did not primarily concern her health. She and the doctor talked of that but they talked most of her life, of their two lives and of the ideas that had come to them as they lived their lives in Winesburg. Las tardes de verano, después de muchos años de casada y cuando su hijo George era un muchacho de doce o catorce años, Elizabeth Willard subió muchas veces las gastadas escaleras del doctor Reefy. Su figura, de natural alta y erguida, empezaba ya a encorvarse, y andaba despacio y arrastrando los pies. En apariencia iba a ver al médico por motivos de salud, pero la media docena de veces que había ido a verlo el resultado de sus visitas no había tenido que ver directamente con su salud. Ella y el médico hablaban de eso, pero sobre todo hablaban de la vida—de sus vidas—y de las ideas que se les habían ocurrido mientras vivían en Winesburg.
 In the big empty office the man and the woman sat looking at each other and they were a good deal alike. Their bodies were different, as were also the color of their eyes, the length of their noses, and the circumstances of their existence, but something inside them meant the same thing, wanted the same release, would have left the same impression on the memory of an onlooker. Later, and when he grew older and married a young wife, the doctor often talked to her of the hours spent with the sick woman and expressed a good many things he had been unable to express to Elizabeth. He was almost a poet in his old age and his notion of what happened took a poetic turn. “I had come to the time in my life when prayer became necessary and so I invented gods and prayed to them,” he said. “I did not say my prayers in words nor did I kneel down but sat perfectly still in my chair. In the late afternoon when it was hot and quiet on Main Street or in the winter when the days were gloomy, the gods came into the office and I thought no one knew about them. Then I found that this woman Elizabeth knew, that she worshipped also the same gods. I have a notion that she came to the office because she thought the gods would be there but she was happy to find herself not alone just the same. It was an experience that cannot be explained, although I suppose it is always happening to men and women in all sorts of places.” El hombre y la mujer se miraban en la enorme consulta vacía y a ambos les daba la impresión de ser muy parecidos. Sus cuerpos eran distintos, igual que lo eran el color de sus ojos, la longitud de sus narices y las circunstancias de sus existencias, pero había algo muy similar en su interior, algo que tenía las mismas aspiraciones y habría producido idéntica impresión en el recuerdo de un espectador. Más tarde, cuando envejeció y se casó con una mujer joven, el médico a menudo le habló a su esposa de las horas que había pasado con aquella enferma y expresó muchos buenos sentimientos que había sido incapaz de demostrarle a Elizabeth. En su vejez el médico se convirtió casi en un poeta y su idea de lo que había sucedido cobró tintes poéticos. «Había llegado un momento de mi vida en que se me hizo necesaria la oración, así que me inventé unos dioses y recé—decía—. No pronunciaba mis plegarias en voz alta ni me arrodillaba ante ellos, sino que me quedaba muy quieto en mi silla. Por las tardes, cuando hacía calor y todo estaba silencioso en la calle Mayor, o en invierno, cuando los días eran más oscuros, los dioses venían a mi consulta y yo pensaba que nadie sabía de su existencia. Luego descubrí que aquella mujer, Elizabeth, los conocía y que ella también adoraba a los mismos dioses. A veces creo que venía a la consulta porque pensaba que los dioses estaban allí, aunque también le gustaba sentir que no estaba sola. Era una emoción muy difícil de explicar, aunque tengo para mí que a muchos hombres y mujeres de todas partes les ocurre lo mismo».
 On the summer afternoons when Elizabeth and the doctor sat in the office and talked of their two lives they talked of other lives also. Sometimes the doctor made philosophic epigrams. Then he chuckled with amusement. Now and then after a period of silence, a word was said or a hint given that strangely illuminated the fife of the speaker, a wish became a desire, or a dream, half dead, flared suddenly into life. For the most part the words came from the woman and she said them without looking at the man. Las tardes de verano, cuando Elizabeth y el médico se sentaban en la consulta a hablar de sus vidas, hablaban también de las de otras personas. A veces, el médico hacía epigramas filosóficos. Luego se reía divertido. De vez en cuando, tras un período de silencio, decían o insinuaban algo que iluminaba extrañamente la vida de quien hablaba, un anhelo se convertía en deseo, o un sueño, casi olvidado, cobraba vida de repente. La mayor parte de las veces era la mujer quien pronunciaba las palabras y lo hacía sin mirar al hombre.
 Each time she came to see the doctor the hotel keeper’s wife talked a little more freely and after an hour or two in his presence went down the stairway into Main Street feeling renewed and strengthened against the dullness of her days. With something approaching a girlhood swing to her body she walked along, but when she had got back to her chair by the window of her room and when darkness had come on and a girl from the hotel dining room brought her dinner on a tray, she let it grow cold. Her thoughts ran away to her girlhood with its passionate longing for adventure and she remembered the arms of men that had held her when adventure was a possible thing for her. Particularly she remembered one who had for a time been her lover and who in the moment of his passion had cried out to her more than a hundred times, saying the same words madly over and over: “You dear! You dear! You lovely dear!” The words, she thought, expressed something she would have liked to have achieved in life. La mujer del hotelero cada vez hablaba con más libertad cuando iba a ver al médico y, tras pasar una hora o dos en su compañía, bajaba las escaleras que conducían a la calle Mayor sintiéndose renovada y fortalecida respecto a la monotonía de sus días. Se movía con una especie de contoneo juvenil, pero cuando volvía a su butaca junto a la ventana de su habitación y una de las chicas del comedor le subía la cena en una bandeja al caer la noche, dejaba que se enfriase en el plato. Sus recuerdos se remontaban a su infancia y sus apasionados deseos de aventura y recordaba los brazos en los que había estado cuando la aventura todavía era posible para ella. Sobre todo recordaba a un hombre que había sido su amante durante un tiempo y que, en los momentos de pasión, le había gritado repitiendo una y otra vez las mismas palabras: «¡Querida! ¡Querida! ¡Eres encantadora!». Palabras que expresaban algo que a ella le habría gustado conseguir.
 In her room in the shabby old hotel the sick wife of the hotel keeper began to weep and, putting her hands to her face, rocked back and forth. The words of her one friend, Doctor Reefy, rang in her ears. “Love is like a wind stirring the grass beneath trees on a black night,” he had said. “You must not try to make love definite. It is the divine accident of life. If you try to be definite and sure about it and to live beneath the trees, where soft night winds blow, the long hot day of disappointment comes swiftly and the gritty dust from passing wagons gathers upon lips inflamed and made tender by kisses.” En su habitación del hotel viejo y polvoriento, la enfermiza mujer del hotelero empezaba a llorar, se tapaba la cara con las manos y se balanceaba adelante y atrás. Las palabras de su único amigo, el doctor Reefy, resonaban en sus oídos. «El amor es como un viento que agita la hierba debajo de los árboles en una noche oscura—le había dicho—. No debe usted tratar de convertirlo en algo definido. Es un accidente divino que ocurre a veces en la vida. Si trata usted de definirlo y tenerlo por seguro y de vivir bajo los árboles, donde sopla la suave brisa nocturna, llegará enseguida el largo día del desengaño y la seca polvareda que levantan los carros cubrirá los labios inflamados por los besos».
 Elizabeth Willard could not remember her mother who had died when she was but five years old. Her girlhood had been lived in the most haphazard manner imaginable. Her father was a man who had wanted to be let alone and the affairs of the hotel would not let him alone. He also had lived and died a sick man. Every day he arose with a cheerful face, but by ten o’clock in the morning all the joy had gone out of his heart. When a guest complained of the fare in the hotel dining room or one of the girls who made up the beds got married and went away, he stamped on the floor and swore. At night when he went to bed he thought of his daughter growing up among the stream of people that drifted in and out of the hotel and was overcome with sadness. As the girl grew older and began to walk out in the evening with men he wanted to talk to her, but when he tried was not successful. He always forgot what he wanted to say and spent the time complaining of his own affairs. Elizabeth Willard no recordaba a su madre, que había muerto cuando ella tenía sólo cinco años. Había tenido una infancia de lo más azarosa. Su padre era un hombre que sólo aspiraba a que lo dejasen en paz y los asuntos del hotel no le daban tregua. Además, había sido un enfermo hasta el día de su muerte. Todas las mañanas se despertaba con una expresión de alegría pintada en el rostro, pero a eso de las diez ya había desaparecido de él cualquier rastro de felicidad. Cuando un huésped se quejaba por el precio del menú del comedor o una de las camareras se despedía después de casarse, él blasfemaba y pateaba contra el suelo. Por la noche, al acostarse, pensaba en su hija, obligada a crecer en mitad de aquel torrente de personas que iba y venía del hotel y le sobrecogía la tristeza. Cuando la chica creció y empezó a salir a pasear con hombres por las tardes, quiso hablar con ella, pero sus intentos fracasaron. Siempre olvidaba lo que quería decirle y pasaba el rato quejándose de sus propios asuntos.
 In her girlhood and young womanhood Elizabeth had tried to be a real adventurer in life. At eighteen life had so gripped her that she was no longer a virgin but, although she had a half dozen lovers before she married Tom Willard, she had never entered upon an adventure prompted by desire alone. Like all the women in the world, she wanted a real lover. Always there was something she sought blindly, passionately, some hidden wonder in life. The tall beautiful girl with the swinging stride who had walked under the trees with men was forever putting out her hand into the darkness and trying to get hold of some other hand. In all the babble of words that fell from the lips of the men with whom she adventured she was trying to find what would be for her the true word. En su infancia y juventud Elizabeth había tratado de ser una auténtica aventurera. A los dieciocho años la vida la había arrastrado de tal modo que ya no era virgen, pero aunque había tenido media docena de amantes antes de casarse con Tom Willard, nunca se había embarcado en una aventura animada sólo por el deseo físico. Como todas las mujeres del mundo, quería un auténtico amante. Buscaba constantemente algo—alguna oculta maravilla de la vida—a ciegas y con apasionamiento. La hermosa y alta muchacha de andar cimbreante, que había paseado con varios hombres bajo los árboles, estaba siempre tanteando en la oscuridad y tratando de aferrarse a otra mano. Intentaba encontrar una palabra auténtica entre la cháchara que salía de los labios de los hombres con quienes tenía aventuras.
 Elizabeth had married Tom Willard, a clerk in her father’s hotel, because he was at hand and wanted to marry at the time when the determination to marry came to her. For a while, like most young girls, she thought marriage would change the face of life. If there was in her mind a doubt of the outcome of the marriage with Tom she brushed it aside. Her father was ill and near death at the time and she was perplexed because of the meaningless outcome of an affair in which she had just been involved. Other girls of her age in Winesburg were marrying men she had always known, grocery clerks or young farmers. In the evening they walked in Main Street with their husbands and when she passed they smiled happily. She began to think that the fact of marriage might be full of some hidden significance. Young wives with whom she talked spoke softly and shyly. “It changes things to have a man of your own,” they said. Elizabeth se había casado con Tom Willard, un empleado del hotel de su padre, porque estaba a mano y aceptó casarse cuando ella decidió hacerlo. Por un tiempo, como les ocurre a la mayoría de las chicas, pensó que el matrimonio cambiaría su vida. Si albergaba alguna duda acerca del resultado de su matrimonio con Tom la descartó enseguida. Su padre estaba enfermo y a punto de morir por aquel entonces y ella estaba perpleja por el absurdo resultado de una aventura que acababa de tener. Las demás chicas de su edad de Winesburg se habían casado con hombres a quienes conocían desde siempre, empleados de una verdulería o jóvenes granjeros. Por las tardes, paseaban por la calle Mayor con sus maridos y sonreían dulcemente al pasar. Empezó a pensar que el matrimonio debía de tener algún significado oculto. Las jóvenes casadas con quienes charlaba hablaban con timidez y dulzura. «Tener un marido cambia mucho las cosas», decían.
 On the evening before her marriage the perplexed girl had a talk with her father. Later she wondered if the hours alone with the sick man had not led to her decision to marry. The father talked of his life and advised the daughter to avoid being led into another such muddle. He abused Tom Willard, and that led Elizabeth to come to the clerk’s defense. The sick man became excited and tried to get out of bed. When she would not let him walk about he began to complain. “I’ve never been let alone,” he said. “Although I’ve worked hard I’ve not made the hotel pay. Even now I owe money at the bank. You’ll find that out when I’m gone.” La noche antes de la boda, la confundida muchacha tuvo una conversación con su padre. Más tarde se preguntó si las horas pasadas con el enfermo no habrían condicionado su decisión de casarse. El padre le habló de su vida y aconsejó a su hija que no se dejara arrastrar a semejante embrollo. Empezó a criticar a Tom Willard, y eso impulsó a Elizabeth a salir en su defensa. El enfermo se indignó y trató de levantarse de la cama. Cuando ella se lo impidió, empezó a quejarse. «Nunca he conseguido que me dejaran en paz—dijo—. Por mucho que me he esforzado, no he logrado que el hotel fuera rentable. Incluso ahora debo dinero al banco. Ya lo descubrirás cuando me haya ido».
 The voice of the sick man became tense with earnestness. Being unable to arise, he put out his hand and pulled the girl’s head down beside his own. “There’s a way out,” he whispered. “Don’t marry Tom Willard or anyone else here in Winesburg. There is eight hundred dollars in a tin box in my trunk. Take it and go away.” La voz del enfermo se puso tensa y seria. Incapaz de incorporarse, alargó la mano y acercó la cabeza de la chica a la suya. «Hay una escapatoria—susurró—. No te cases con Tom Willard ni con nadie de Winesburg. Tengo ochocientos dólares en una caja de hojalata en mi baúl. Cógelos y vete».
 Again the sick man’s voice became querulous. “You’ve got to promise,” he declared. “If you won’t promise not to marry, give me your word that you’ll never tell Tom about the money. It is mine and if I give it to you I’ve the right to make that demand. Hide it away. It is to make up to you for my failure as a father. Some time it may prove to be a door, a great open door to you. Come now, I tell you I’m about to die, give me your promise.” Nuevamente la voz del enfermo se volvió quejumbrosa. «Tienes que prometérmelo—declaró—. Si no estás dispuesta a prometerme que no te casaras, dame tu palabra de que nunca le dirás a Tom lo del dinero. Es mío y, si te lo doy, tengo derecho a exigírtelo. Escóndelo. Es para compensar mi fracaso como padre. Algún día puede servirte de escapatoria, una magnífica escapatoria. Vamos, sabes que me estoy muriendo, tienes que prometérmelo».
 In Doctor Reefy’s office, Elizabeth, a tired gaunt old woman at forty-one, sat in a chair near the stove and looked at the floor. By a small desk near the window sat the doctor. His hands played with a lead pencil that lay on the desk. Elizabeth talked of her life as a married woman. She became impersonal and forgot her husband, only using him as a lay figure to give point to her tale. “And then I was married and it did not turn out at all,” she said bitterly. “As soon as I had gone into it I began to be afraid. Perhaps I knew too much before and then perhaps I found out too much during my first night with him. I don’t remember. En la consulta del doctor Reefy, Elizabeth, una mujer vieja, cansada y demacrada a los cuarenta y un años, se sentaba junto a la estufa y se quedaba mirando el suelo. El médico se sentaba a un pequeño escritorio junto a la ventana. Sus manos jugueteaban con un lápiz que había sobre el tablero. Elizabeth le hablaba de su vida de casada. Lo hacía con distanciamiento y dejando de lado a su marido, a quien utilizaba sólo como comparsa para dar más realismo a su historia. «Luego me casé y no salió bien—decía con amargura—. Nada más celebrarse la boda me entró miedo. No sé si porque sabía demasiado antes de casarme, o porque descubrí demasiado la primera noche que pasé con él. No lo recuerdo.
 “What a fool I was. When father gave me the money and tried to talk me out of the thought of marriage, I would not listen. I thought of what the girls who were married had said of it and I wanted marriage also. It wasn’t Tom I wanted, it was marriage. When father went to sleep I leaned out of the window and thought of the life I had led. I didn’t want to be a bad woman. The town was full of stories about me. I even began to be afraid Tom would change his mind.” »Qué idiota fui. Cuando mi padre me dio el dinero y trató de convencerme de que no me casara, no quise escucharle. Pensé en lo que me habían dicho las jóvenes casadas y quise casarme yo también. No quería a Tom, sino casarme. Cuando mi padre se durmió, me asomé a la ventana y pensé en la vida que había llevado hasta entonces. No quería acabar siendo una perdida. En el pueblo corrían toda clase de chismorreos sobre mí. Incluso temí que Tom pudiera echarse atrás».
 The woman’s voice began to quiver with excitement. To Doctor Reefy, who without realizing what was happening had begun to love her, there came an odd illusion. He thought that as she talked the woman’s body was changing, that she was becoming younger, straighter, stronger. When he could not shake off the illusion his mind gave it a professional twist. “It is good for both her body and her mind, this talking,” he muttered. La voz de la mujer tembló de nerviosismo. El doctor Reefy, quien sin darse cuenta había empezado a enamorarse de ella, tuvo una extraña sensación. Le pareció que, mientras hablaba, el cuerpo de aquella mujer iba cambiando, se volvía más joven, más erguido, más fuerte. Como no pudo deshacerse de aquella sensación, le dio una explicación profesional. «Hablar le sienta bien tanto a su cuerpo como a su espíritu», musitó.
 The woman began telling of an incident that had happened one afternoon a few months after her marriage. Her voice became steadier. “In the late afternoon I went for a drive alone,” she said. “I had a buggy and a little grey pony I kept in Moyer’s Livery. Tom was painting and repapering rooms in the hotel. He wanted money and I was trying to make up my mind to tell him about the eight hundred dollars father had given to me. I couldn’t decide to do it. I didn’t like him well enough. There was always paint on his hands and face during those days and he smelled of paint. He was trying to fix up the old hotel, and make it new and smart.” La mujer empezó a contarle un incidente que había ocurrido una tarde, pocos meses después de la boda. Su voz se volvió más firme. «A última hora de la tarde salí a dar un paseo en coche—dijo—. Tenía un calesín y un poni gris que guardaba en el establo de Moyer. Tom estaba pintando y haciendo reparaciones en el hotel. Necesitaba dinero y yo intentaba decidirme a hablarle del dinero que me había dado mi padre. No lograba hacerlo. No le quería lo suficiente. En esos días siempre llevaba las manos y la cara cubiertas de pintura y él mismo olía a pintura. Estaba tratando de reformar el viejo hotel, para que volviese a ser nuevo y elegante».
 The excited woman sat up very straight in her chair and made a quick girlish movement with her hand as she told of the drive alone on the spring afternoon. “It was cloudy and a storm threatened,” she said. “Black clouds made the green of the trees and the grass stand out so that the colors hurt my eyes. I went out Trunion Pike a mile or more and then turned into a side road. The little horse went quickly along up hill and down. I was impatient. Thoughts came and I wanted to get away from my thoughts. I began to beat the horse. The black clouds settled down and it began to rain. I wanted to go at a terrible speed, to drive on and on forever. I wanted to get out of town, out of my clothes, out of my marriage, out of my body, out of everything. I almost killed the horse, making him run, and when he could not run any more I got out of the buggy and ran afoot into the darkness until I fell and hurt my side. I wanted to run away from everything but I wanted to run towards something too. Don’t you see, dear, how it was?” Exaltada, la mujer se sentó muy erguida en su silla e hizo un gesto rápido e infantil con las manos mientras le contaba el paseo que había dado sola aquella tarde de primavera. «Estaba nublado y amenazaba tormenta—dijo—. Los negros nubarrones hacían que el verde de los árboles y la hierba resaltara tanto que me hacía daño en los ojos. Fui hasta un par de kilómetros más allá de Trunion Pike y luego tomé por un camino vecinal. El caballito subía y bajaba rápidamente por las cuestas. Yo estaba impaciente. Se me ocurrían muchas cosas y quería huir de ellas. Empecé a azotar al caballo. Las negras nubes se asentaron y empezó a llover. Quería ir muy deprisa, alejarme más y más. Quería salir del pueblo, quitarme la ropa, librarme de mi matrimonio, salir de mi cuerpo, escaparme de todo. Estuve a punto de matar al pobre animal, obligándolo a correr, y cuando no pudo seguir adelante, me apeé del calesín y corrí en la oscuridad hasta que caí al suelo y me hice daño en un costado. Quería escapar de todo, pero al mismo tiempo quería correr hacia algún sitio. ¿Entiende a lo que me refiero?».
 Elizabeth sprang out of the chair and began to walk about in the office. She walked as Doctor Reefy thought he had never seen anyone walk before. To her whole body there was a swing, a rhythm that intoxicated him. When she came and knelt on the floor beside his chair he took her into his arms and began to kiss her passionately. “I cried all the way home,” she said, as she tried to continue the story of her wild ride, but he did not listen. “You dear! You lovely dear! Oh you lovely dear!” he muttered and thought he held in his arms not the tired-out woman of forty-one but a lovely and innocent girl who had been able by some miracle to project herself out of the husk of the body of the tired-out woman. Elizabeth se levantó de la silla y empezó a andar por la consulta. Tanto anduvo que el doctor Reefy pensó que nunca había visto a nadie andar tanto. Había una vivacidad y un ritmo en todo su cuerpo que lo embriagaba. Cuando por fin ella se arrodilló en el suelo junto a su silla, el doctor la cogió en sus brazos y empezó a besarla apasionadamente. —Me pasé todo el viaje de vuelta gritando—dijo Elizabeth mientras trataba de proseguir con la historia de su alocado paseo, a pesar de que él no la estaba escuchando. —¡Querida! ¡Querida! ¡Eres encantadora!—murmuró él y creyó sujetar en sus brazos, no a la fatigada mujer de cuarenta y un años, sino a una niña inocente y encantadora que, por alguna especie de milagro, hubiese podido librarse del cuerpo de la otra mujer.
 Doctor Reefy did not see the woman he had held in his arms again until after her death. On the summer afternoon in the office when he was on the point of becoming her lover a half grotesque little incident brought his love-making quickly to an end. As the man and woman held each other tightly heavy feet came tramping up the office stairs. The two sprang to their feet and stood listening and trembling. The noise on the stairs was made by a clerk from the Paris Dry Goods Company. With a loud bang he threw an empty box on the pile of rubbish in the hallway and then went heavily down the stairs. Elizabeth followed him almost immediately. The thing that had come to life in her as she talked to her one friend died suddenly. She was hysterical, as was also Doctor Reefy, and did not want to continue the talk. Along the street she went with the blood still singing in her body, but when she turned out of Main Street and saw ahead the lights of the New Willard House, she began to tremble and her knees shook so that for a moment she thought she would fall in the street. El doctor Reefy no volvió a ver a la mujer que había tenido entre sus brazos hasta después de muerta. Aquella tarde de verano en la consulta, cuando estaba a punto de convertirse en su amante, un pequeño incidente casi grotesco puso fin a su cortejo. Mientras el hombre y la mujer se abrazaban, oyeron unas pisadas en las escaleras de la consulta. Los dos se pusieron en pie y aguzaron temblorosos el oído. El ruido en las escaleras lo había hecho un empleado de la Compañía Parisina de Productos Textiles. Con gran estruendo, echó una caja vacía sobre la pila de trastos del pasillo y luego volvió a bajar pesadamente las escaleras. Elizabeth le siguió casi inmediatamente. Aquello que había nacido en su interior mientras hablaba con su único amigo murió de repente. Estaba histérica, igual que el propio doctor Reefy, y no quiso seguir con la conversación. Recorrió la calle con la sangre zumbándole en los oídos, pero en cuanto se alejó de la calle Mayor y vio las luces del New Willard House, se echó a temblar y las rodillas se le doblaron de tal modo que por un momento pensó que se caería en mitad de la calle.
 The sick woman spent the last few months of her life hungering for death. Along the road of death she went, seeking, hungering. She personified the figure of death and made him now a strong black-haired youth running over hills, now a stem quiet man marked and scarred by the business of living. In the darkness of her room she put out her hand, thrusting it from under the covers of her bed, and she thought that death like a living thing put out his hand to her. “Be patient, lover,” she whispered. “Keep yourself young and beautiful and be patient.” La enferma pasó los últimos meses de su vida anhelando la muerte. Recorrió ansiosa el camino de la muerte. Dio forma humana a la figura de la muerte y la imaginó como un joven muy fuerte de cabello negro que corría por las montañas, o como un hombre serio y silencioso cubierto de cicatrices acumuladas a lo largo de su existencia. Sacaba la mano de debajo de las sábanas y tanteaba en la oscuridad, y pensaba en la muerte como algo vivo que le tendía la mano. «Ten paciencia, amado mío—susurraba—. Sigue siendo joven, paciente y hermoso».
 On the evening when disease laid its heavy hand upon her and defeated her plans for telling her son George of the eight hundred dollars hidden away, she got out of bed and crept half across the room pleading with death for another hour of life. “Wait, dear! The boy! The boy! The boy!” she pleaded as she tried with all of her strength to fight off the arms of the lover she had wanted so earnestly. La noche en que la enfermedad la asió con su fuerte mano y frustró sus planes de hablarle a su hijo George de los ochocientos dólares que tenía escondidos, se levantó de la cama y se arrastró por la habitación implorando a la muerte que le concediera otra hora de vida. «¡Espera, amor mío! ¡El muchacho! ¡El muchacho! ¡El muchacho!», rogó mientras trataba con todas sus fuerzas de soltarse de los brazos del amante cuya llegada tanto había anhelado.
 Elizabeth died one day in March in the year when her son George became eighteen, and the young man had but little sense of the meaning of her death. Only time could give him that. For a month he had seen her lying white and still and speechless in her bed, and then one afternoon the doctor stopped him in the hallway and said a few words. Elizabeth murió un día de marzo del año en que su hijo George cumplió los dieciocho años, y el joven apenas intuyó el sentido de su muerte. Sólo el tiempo se lo haría comprender. Durante un mes la había visto postrada, lívida y silenciosa en su cama, y luego una tarde el médico lo abordó en el pasillo y le dijo unas palabras.
 The young man went into his own room and closed the door. He had a queer empty feeling in the region of his stomach. For a moment he sat staring at, the floor and then jumping up went for a walk. Along the station platform he went, and around through residence streets past the high-school building, thinking almost entirely of his own affairs. The notion of death could not get hold of him and he was in fact a little annoyed that his mother had died on that day. He had just received a note from Helen White, the daughter of the town banker, in answer to one from him. “Tonight I could have gone to see her and now it will have to be put off,” he thought half angrily. El joven entró en su habitación y cerró la puerta. Tenía una extraña sensación de vacío en el estómago. Se sentó un momento y se quedó mirando al suelo, después se levantó de un salto y salió a dar un paseo. Recorrió el andén de la estación, dio la vuelta por detrás de las calles residenciales, pasó junto al edificio de la escuela absorbido en sus asuntos. No lograba aprehender la idea de la muerte e incluso se sentía un poco contrariado de que su madre hubiera muerto ese día. Acababa de recibir una nota de Helen White, la hija del banquero del pueblo, en respuesta a otra que él le había escrito. «Esta noche habría podido ir a verla y ahora tendré que dejarlo para otro día», pensó medio enfadado.
 Elizabeth died on a Friday afternoon at three o’clock. It had been cold and rainy in the morning but in the afternoon the sun came out. Before she died she lay paralyzed for six days unable to speak or move and with only her mind and her eyes alive. For three of the six days she struggled, thinking of her boy, trying to say some few words in regard to his future, and in her eyes there was an appeal so touching that all who saw it kept the memory of the dying woman in their minds for years. Even Tom Willard, who had always half resented his wife, forgot his resentment and the tears ran out of his eyes and lodged in his mustache. The mustache had begun to turn grey and Tom colored it with dye. There was oil in the preparation he used for the purpose and the tears, catching in the mustache and being brushed away by his hand, formed a fine mist-like vapor. In his grief Tom Willard’s face looked like the face of a little dog that has been out a long time in bitter weather. Elizabeth murió un viernes a las tres de la tarde. Había sido una mañana fría y lluviosa, pero por la tarde salió el sol. Antes de morir, había estado seis días paralizada, incapaz de hablar o moverse, sólo sus ojos y su cerebro seguían con vida. Tres de aquellos seis días los pasó debatiéndose, pensando en el muchacho, tratando de decir algunas palabras sobre su futuro, y en su mirada había una súplica tan conmovedora que todos los que la vieron conservaron muchos años en la memoria el recuerdo de la mujer agonizante. Incluso Tom Willard, que siempre había sentido cierto resentimiento por su mujer, olvidó su rencor y las lágrimas brotaron de sus ojos y se le enredaron en el bigote, que había empezado a volverse gris por lo que hacía tiempo que se lo teñía. El producto que utilizaba tenía algún tipo de aceite y las lágrimas, al secárselas con la mano, formaban una especie de niebla vaporosa. El rostro entristecido de Tom Willard parecía la cara de un perrito que llevara todo el día a la intemperie.
 George came home along Main Street at dark on the day of his mother’s death and, after going to his own room to brush his hair and clothes, went along the hallway and into the room where the body lay. There was a candle on the dressing table by the door and Doctor Reefy sat in a chair by the bed. The doctor arose and started to go out. He put out his hand as though to greet the younger man and then awkwardly drew it back again. The air of the room was heavy with the presence of the two self-conscious human beings, and the man hurried away. El día que murió su madre, George volvió a casa por la calle Mayor cuando ya había oscurecido y, después de ir a su habitación para peinarse un poco y cepillarse la ropa, fue por el pasillo y entró en la habitación donde yacía el cadáver. Había una vela en la mesita, al lado de la puerta, y el doctor Reefy estaba sentado en una silla junto a la cama. El médico se levantó e hizo ademán de marcharse. Tendió la mano como si quisiera saludar al muchacho y luego la retiró con torpeza. La atmósfera de la habitación estaba cargada con la presencia de aquellas dos personas tan cohibidas, y el hombre se fue apresuradamente.
 The dead woman’s son sat down in a chair and looked at the floor. He again thought of his own affairs and definitely decided he would make a change in his fife, that he would leave Winesburg. “I will go to some city. Perhaps I can get a job on some newspaper,” he thought, and then his mind turned to the girl with whom he was to have spent this evening and again he was half angry at the turn of events that had prevented his going to her. El hijo de la difunta se sentó en una silla y miró al suelo. Una vez más, volvió a pensar en sus asuntos y decidió que quería cambiar de vida y que se marcharía de Winesburg. «Iré a alguna ciudad. Quizá pueda encontrar trabajo en algún periódico», pensó y luego volvió a recordar a la chica con la que tenía pensado pasar la tarde y se enfadó por el giro que habían dado los acontecimientos.
 In the dimly lighted room with the dead woman the young man began to have thoughts. His mind played with thoughts of life as his mother’s mind had played with the thought of death. He closed his eyes and imagined that the red young lips of Helen White touched his own lips. His body trembled and his hands shook. And then something happened. The boy sprang to his feet and stood stiffly. He looked at the figure of the dead woman under the sheets and shame for his thoughts swept over him so that he began to weep. A new notion came into his mind and he turned and looked guiltily about as though afraid he would be observed. En la tenue luz de la habitación donde yacía la muerta, el joven se puso a pensar. Su imaginación se entretuvo con pensamientos de vida, igual que su madre lo había hecho con pensamientos de muerte. Cerró los ojos e imaginó que los labios jóvenes y rojos de Helen White rozaban los suyos. Se estremeció y le temblaron las manos. Y luego sucedió algo. El muchacho se puso en pie de un salto y se quedó muy rígido. Contempló la figura de la mujer muerta debajo de las sábanas y se sintió tan avergonzado por haber pensado aquello que se puso a llorar. De pronto, se le ocurrió otra idea y miró con aire culpable hacia atrás, como si temiera que pudieran estar observándolo.
 George Willard became possessed of a madness to lift the sheet from the body of his mother and look at her face. The thought that had come into his mind gripped him terribly. He became convinced that not his mother but someone else lay in the bed before him. The conviction was so real that it was almost unbearable. The body under the sheets was long and in death looked young and graceful. To the boy, held by some strange fancy, it was unspeakably lovely. The feeling that the body before him was alive, that in another moment a lovely woman would spring out of the bed and confront him, became so overpowering that he could not bear the suspense. Again and again he put out his hand. Once he touched and half lifted the white sheet that covered her, but his courage failed and he, like Doctor Reefy, turned and went out of the room. In the hallway outside the door he stopped and trembled so that he had to put a hand against the wall to support himself. “That’s not my mother. That’s not my mother in there,” he whispered to himself and again his body shook with fright and uncertainty. When Aunt Elizabeth Swift, who had come to watch over the body, came out of an adjoining room he put his hand into hers and began to sob, shaking his head from side to side, half blind with grief. “My mother is dead,” he said, and then forgetting the woman he turned and stared at the door through which he had just come. “The dear, the dear, oh the lovely dear,” the boy, urged by some impulse outside himself, muttered aloud. A George Willard le entraron unas ganas locas de levantar la sábana y ver el rostro de su madre. La idea que acababa de ocurrírsele lo obsesionó de un modo terrible. Estaba convencido de que no era su madre, sino otra mujer, quien yacía delante de él en aquella cama. La convicción era tan real que parecía casi insoportable. El cadáver que había debajo de las sábanas era el de una persona muy alta y la muerte lo había dotado de gracia y juventud. Al chico, dominado por una extraña sensación, le pareció indeciblemente hermoso. La sensación de que el cuerpo que tenía delante estaba vivo, de que en cualquier momento una mujer muy bella se levantaría de la cama se volvió tan abrumadora que no pudo resistir la tensión. Varias veces alargó la mano. En una ocasión, llegó a rozar y levantar un poco la sábana blanca que la cubría, pero le faltó el valor e, igual que había hecho el doctor Reefy, dio media vuelta y salió de la habitación. En el pasillo, junto a la puerta, se detuvo y empezó a temblar de tal modo que tuvo que apoyar una mano en la pared. «Esa de ahí no es mi madre. Esa de ahí no es mi madre», susurró para sí y nuevamente su cuerpo se estremeció de miedo e incertidumbre. Cuando la tía Elizabeth Swift llegó de la habitación contigua a velar el cadáver, él la cogió de la mano y empezó a sollozar moviendo la cabeza a un lado y a otro, cegado por el dolor. «Mi madre ha muerto—dijo, luego se volvió sin prestar atención a la mujer y se quedó mirando la puerta por la que acababa de salir—. ¡Mi madre querida! ¡Eras tan encantadora!», exclamó en voz alta el muchacho llevado por un impulso desconocido.
 As for the eight hundred dollars the dead woman had kept hidden so long and that was to give George Willard his start in the city, it lay in the tin box behind the plaster by the foot of his mother’s bed. Elizabeth had put it there a week after her marriage, breaking the plaster away with a stick. Then she got one of the workmen her husband was at that time employing about the hotel to mend the wall. “I jammed the corner of the bed against it,” she had explained to her husband, unable at the moment to give up her dream of release, the release that after all came to her but twice in her life, in the moments when her lovers Death and Doctor Reefy held her in their arms. En cuanto a los ochocientos dólares que la mujer había guardado tanto tiempo escondidos y que pensaba dar a George Willard para ayudarle a iniciar su carrera en la ciudad, seguían en la caja de hojalata que había detrás del zócalo de escayola a los pies de la cama de su madre. Elizabeth la había metido allí una semana después de casarse, tras romper el zócalo con un palo. Luego pidió a uno de los albañiles que tenía contratados su marido para reformar el hotel que arreglara la pared. «Le di un golpe con la esquina de la cama», le explicó a su marido, incapaz de abandonar su sueño de liberación, una liberación que a la postre sólo llegó dos veces en toda su vida: en los momentos en que sus dos enamorados, la Muerte y el doctor Reefy, la estrecharon entre sus brazos.